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HOY DÍA



Hoy es un día valija, uno de esos días que pesados en extremo uno arrastra por una terminal mal dormida, trasnochada; cuyos inquilinos deambulan cohabitados de efímeros destinos. Pesa; por su asumida mediocridad: en las rodillas, en los tendones de la espalda, en los ojos entornados de mi gata barcina que cuelga el amarrillo de su iris de la tarde echada de bruces como un fénix agónico. 

Sí, hoy ha sido un día grávido, difícil de tragar, donde la trasnoche que se avecina (sumisa, placida hija de un lugar común), nos trae su itinerario de corso a un único espectador desinteresado; que soy yo y que no quiere dormirse. 

Hay otros días, los verdes días, los coloridos días tembloroso de amor, días de todo posible milagro (porqué el amor es un milagro) aunque para saberlo, hay que observarlo todo con ojos de anciano centenario; dejando que la nostalgia nos haga suspirar vergonzosamente ocultando nuestro rostro del cristal de las vidrieras del centro; que devuelven una figura con muchos kilos de más y una agilidad, que en el mejor de los casos, puede ser catalogada de una frágil sombra de lo que fue en antaño. 

Pero no todos los días son malos, me refiero; a estos días contemporáneos, a los días de esta semana por ejemplo, al día de ayer sin ir más lejos donde víctima de un ímpetu inusitado cojo: remera, pantalón deportivo, filmadora digital (que nunca uso), y ya provisto de esté moderno equipamiento, me arrojo a la merced de los caminos mundanos del bulevar que corre por kilómetros abrazando íntimamente la vera de una de las tantas rutas que apuñalan dolosamente el corazón indiferente de esta ciudad donde vivo.

Imagino; mientras camino: aviones, gárgolas exuberantes que se dejan caer macizamente de la catedral más próxima de una forma oscura y misteriosa, palabras que no existen pero que van formando este relato, una historia, que les quiero contar, pero que olvido tres pasos más allá del sueño que me vence, que arroja su hipnótica arena a mis pesados parpados como valijas, como este día indiferente donde se apaga mi conciencia.


Por: Gustavo Cavicchia.

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