XXX

Ella

Se había acostumbrado a sus zapatos nuevos, a su camisa que estaba de medio planchar y a las medias de dos colores (casi iguales); nadie se daría cuenta en el trabajo de esas medias _”se dijo seguro”_, mientras tomaba té taragüi porque del café no existía ni el olor de café. Se había acostumbrado: al olor de fritanga de la cocina, a la inmensa parva de platos sucios y vasos no tan sucios que vaya uno a saber como se fueron juntando. Digamos que estaba bien después de dos días de perfecta soledad austera y digna. Se prendía un cigarro philip morris, daba de comer al gato kitekat a prueba de piedras ranales... y llamaron a la puerta, llamaron suavemente, como si el viento arañara la madera. Ella allí parada, espiga, trigal moreno bajo el sol de noviembre, inmensos ojos para perderse dentro. (nota al pie). Ella, la mala, mala, en el lindel de la puerta, en el limite del cuerpo que dejo abandonado como el esqueleto de un barco hundido, mala, mujer y hermosa. Allí estaba ella... y la dejo pasar. Digamos que estaba bien, que ahora esta mucho mejor. Juntos se pusieron a limpiar la casa, a desordenar la cama. Llamo al trabajo para decir que estaba enfermo.



Nota del autor:
Ojos moros, marrones y totales del color de la tierra húmeda. Lugar universo donde ir a descansar los sábados a la tarde.



Copyright ©Gustavo Cavicchia. -Todos los derechos reservados.

Wally.
Salva un árbol escribe en papel virtual. Apoemas.

Como siempre.

COMO SIEMPRE.

Primero ella le dijo al hombre que no cambiara nunca. Ahora, que lo deja dice: _que nunca va a cambiar_. Así, el hombre se fue quedando solo. Solo, solo y al final muchísimo más solo. Solo, con mayúsculas: SOLO.

Sin Dios, sin diablo, un pobre diablo quedo hecho el hombre, con su casa desvencijada, con su corazón igual, igual a una pared fría, desnudo, con la noche ya sin cuerda en las ojeras, dormida.

El hombre no dormía, miraba la noche, fumaba y escribía estas cosas; pensaba que la soledad no es buena amante, que la soledad no lo escucharía, ni le haría rabietas, ni le diría que se afeite, que cuando iba a dejar de fumar, que la soledad en definitiva es lo diametralmente opuesto a una buena mujer, que si fuera posible cambiaría, que podría tener un gato, un canario, amarillo; cambiaría, se lo propuso firmemente mientras escribía, fumaba y pensaba; y así se dio cuenta ( como siempre que pensaba), que ya no tenía cigarrillos… como en tantas otras noches cuando estaba ella, pero esta vez sin ella, salio de casa.

Cambiaría, se dijo el hombre, oscuro y pensador, mientras la noche lo miraba con su gran pupila ciega, el hombre se perdía en la calle, rumbo al único lugar abierto a esas horas…

como siempre.


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