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Del verbo procrastinar.



Por: Gustavo Cavicchia.



Vengo desde el jardín. No traigo muchas expectativas de hacer algo. Últimamente me pesa realizar otras actividades que no sea trabajar. ¿ Estaré más cincuentón ?: - sí, claro, sin dudas ( me respondo; con un decir profundo y grave que es mí voz interior ). ¿ Cómo era la palabra; esa que gusta tanto a quienes realizan “manager coaching” por YouTube ?... estaré haciéndome más viejo que no la recuerdo ( me vuelvo a responder pero esta vez con una voz un poco más aflautada,sin llegar a ser afeminada, digo; por el temor al Alzheimer ) ?... es un verbo muy utilizado entre ejecutivos inverves de internet: hace referencia a postergar un hacer deber por un hacer placentero, pero, de menor relevancia; es lo que se dice: perder el tiempo en cosas sin trascendencia.

Así que ahora miro la biblioteca; que es un conjunto de tablas de madera rústica, sujetas en escuadras de metal y estas escuadras a su vez sujetas a la pared. La misma esta llena libros sin orden y de muchas otras cosas que no tienen clasificación; como: cajas, juguetes viejos, lapiceras, bolitas de vidrio, algún vaso que olvide sobre esos estantes y cuadernos.

Nunca arreglé esas tablas, quería lijarlas para luego pintarlas de blanco, pero fueron quedando para luego, y luego, para más luego, y así; hasta el infinito.

Los cuadernos son a rayas con tapa dura (nada baratos, traídos de Santiago de Chile ); observo uno amarillo. Casi todos con dos páginas, unos pocos, con tres páginas mal escritas. Quedaron abandonados hace años, y ahora los miro llenos de tierra, apilados entre tantas otras cosas como desechos sin valor. En esos cuadernos iba a colocar poemas hermosos, maravillosos relatos que nunca escribí.

Ahora recuerdo a mi abuela cuando decía: - Gustavo, nene, que pena me da ver ese repasador en el piso.- Sí abuela... ¿pero: abuela porqué te da pena eso?; preguntaba yo tontamente; - porqué te va a comer la vagancia: ¡qué va a ser de vos el día de mañana si no sos capaz de levantar ese trapo del suelo por haragán !... cómo jodía mi abuela Colina con esas cosas. Y agregaba como remate: -¡ pobre tu madre!.

Era su manera de decir : - Gustavo, nene; deja de procrastinar.




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HOY DÍA



Hoy es un día valija, uno de esos días que pesados en extremo uno arrastra por una terminal mal dormida, trasnochada; cuyos inquilinos deambulan cohabitados de efímeros destinos. Pesa; por su asumida mediocridad: en las rodillas, en los tendones de la espalda, en los ojos entornados de mi gata barcina que cuelga el amarrillo de su iris de la tarde echada de bruces como un fénix agónico. 

Sí, hoy ha sido un día grávido, difícil de tragar, donde la trasnoche que se avecina (sumisa, placida hija de un lugar común), nos trae su itinerario de corso a un único espectador desinteresado; que soy yo y que no quiere dormirse. 

Hay otros días, los verdes días, los coloridos días tembloroso de amor, días de todo posible milagro (porqué el amor es un milagro) aunque para saberlo, hay que observarlo todo con ojos de anciano centenario; dejando que la nostalgia nos haga suspirar vergonzosamente ocultando nuestro rostro del cristal de las vidrieras del centro; que devuelven una figura con muchos kilos de más y una agilidad, que en el mejor de los casos, puede ser catalogada de una frágil sombra de lo que fue en antaño. 

Pero no todos los días son malos, me refiero; a estos días contemporáneos, a los días de esta semana por ejemplo, al día de ayer sin ir más lejos donde víctima de un ímpetu inusitado cojo: remera, pantalón deportivo, filmadora digital (que nunca uso), y ya provisto de esté moderno equipamiento, me arrojo a la merced de los caminos mundanos del bulevar que corre por kilómetros abrazando íntimamente la vera de una de las tantas rutas que apuñalan dolosamente el corazón indiferente de esta ciudad donde vivo.

Imagino; mientras camino: aviones, gárgolas exuberantes que se dejan caer macizamente de la catedral más próxima de una forma oscura y misteriosa, palabras que no existen pero que van formando este relato, una historia, que les quiero contar, pero que olvido tres pasos más allá del sueño que me vence, que arroja su hipnótica arena a mis pesados parpados como valijas, como este día indiferente donde se apaga mi conciencia.


Por: Gustavo Cavicchia.


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